(Jds 17, 20-25 / Sal 62 / Mc 11, 27-33)
El primer verso que escuchamos del salmo responsorial: “Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua.” Debe hacer que nos confrontemos acerca de nuestra apertura o cerrazón a su acción.
Si ponemos atención a los personajes del Evangelio, cuando le preguntan a Jesús sobre su autoridad, no lo hacen motivados por un genuino deseo de conocerlo, sino buscando un pretexto más para seguir de incrédulos. Esto lo podemos concluir de su astucia para no dejarse interpelar por la pregunta de Jesús sobre el bautismo de Juan.
Lo mismo nos puede pasar a nosotros, si estamos abiertos al amor de Dios y a la novedad que el Espíritu Santo da, nuestro deseo por conocerle más siempre estará en aumento y este mismo deseo nos llevará a procurar ser cada vez más como él se lo merece.
Sigamos el consejo de el apóstol Judas que en su carta nos decía: “Consolídense sobre el cimiento de su fe santa, oren movidos por el Espíritu Santo, conserven en ustedes el amor a Dios, en espera de que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo les dé la vida eterna.” Confiemos más en Dios que en nuestra lógica muchas veces limitada por nuestras inseguridades.
(P. JLSS)
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