(Dt 4, 32-34. 39-40 / Sal 32 / Rm 8, 14-17 / Mt 28, 16-20)
Tras la celebración de Pentecostés deben resonar en nuestras mentes las palabras del salmo: “En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado.” Y este misterio movernos a esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18).
La venida del Espíritu Santo, y solo mediante su luz, es que el misterio de la Santísima Trinidad concibe y se acepta, que nuestro Dios es «un solo Dios, un solo Señor, no en la singularidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia.» Dios ha querido manifestarnos su grandeza.
Cuando nos cuesta comprender la voluntad del Padre, el Espíritu Santo nos asiste para concebirle como tal; cuando nuestras limitaciones nos quieren desanimar, pensar en la encarnación del Hijo nos alienta porque sabemos que nos comprende; cuando nos falta fuerza vamos con el padre que nos envía al Espíritu Santo y nos anima. Por ello demos “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá.”
Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, acudamos a Dios con plena confianza, unidos a Jesucristo nuestro mediador, no tengamos miedo, recordemos sus palabras: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.” Pídele a Dios, lo que más necesites en estos momentos, confiando en su misericordia, poder y en su presencia en tu interior. No temas, él está contigo.
(P. JLSS)
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