DOMINGO VI DE PASCUA

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(Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48 / Sal 97 / 1Jn 4, 7-10 / Jn 15, 9-17)

La semana pasada se nos invitó a esforzarnos por permanecer unidos a Jesucristo y alimentarnos de lo que él se alimentaba espiritualmente, él es la vid y nosotros los sarmientos… hoy la palabra nos invita a reconocer el amor de Dios, no solamente en nosotros sino también en los demás. La persona que más te cuesta aceptar, también es amada por Dios.

San Pedro comprende esto con la conversión de Cornelio, tras la cual dice: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere.” ¿Te atreves a reconocer que Dios te ama infinitamente, pero que también ama al otro independientemente de lo que tú pienses del mismo?

La mayor manifestación de nuestra fe se dará a través del amor: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, y todo el que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.” Una persona que se sabe amada no anda interpretando la vida ni viviendo de manera pesimista, cuanto más quienes decimos creer que Dios nos ha amado a tal grado de darnos la vida por medio de su Hijo.

Escuchemos al Señor que nos dice: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el da la vida por ellos.” Él ha querido dar su vida por nosotros cuando aún éramos pecadores (cf. Rm 5, 7-9) Padre celestial, ayúdanos a aceptar la grandeza de tu amor por nosotros para ser capaces de reconocer en el otro a alguien también amado infinitamente por ti. Si respetáramos este orden, el mundo ya fuera muy distinto.

(P. JLSS)

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