(Ex 19, 2-6 / Sal 99 / Rm 5, 6-11 / Mt 9, 36-10, 8)
La semana pasada la Palabra nos recordaba la firme determinación del Señor por nuestro bien y cómo el Señor les revira a los fariseos “no son los sanos los que necesitan al médico sino los enfermos”, hoy nos recuerda que aún hoy él se sigue preocupando por nosotros, por ti y por mi.
En el Evangelio se nos dice: “al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.” Por ello instituye a los apóstoles, pero también nos pide orar a Dios que envíe operarios a su míes, esto no significa solamente que haya más sacerdotes y religiosos sino que todos queramos trabajar por el Reino.
Para entender mejor esta petición del Señor, pongamos atención en las palabras de San Pablo: “Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.” De lo qué que se trata es de compartir esta certeza que hemos vivido.
Dejemos que la experiencia del amor de Dios moldee nuestra vida, que su misericordia nos impulse a compartir el inmenso amor recibido: “Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba.” De acuerdo al reconocimiento que demos del amor de Dios será la magnitud con la que lo compartamos. ¿Se te nota su amor?
(P. JLSS)
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