SÁBADO – SEMANA III DE CUARESMA

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(Os 6, 1-6 / Sal 50 / Lc 18, 9-14)

¿Qué tan fuerte es tu amor por Dios? ¿De qué manera se manifiesta la misericordia de Dios en tu vida? “Su amor es nube mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos…”

No permitamos que nuestro corazón se endurezca, esto puede pasar por resentimiento o por costumbre. Cuando alguien vive en el rencor o dándole muchas vueltas a lo mismo, tarde o temprano se olvidará de amar; lo mismo que aquella persona que deja de agradecer cualquier don terminará acostumbrándose tanto al mismo que dejará de valorarlo.

Un corazón endurecido lo encontramos en la parábola del evangelio, concretamente en el fariseo, cuya oración giraba en torno a él y lo «bueno» que era en el cumplimiento de las normas, pero cerrado por completo al prójimo. Mientras que el segundo, ora a Dios aceptando su pequeñez frente a su grandeza. Uno busca la misericordia, el otro reconocimiento ¿A cuál de los dos te pareces más?

Dejemos que el amor de Dios revitalice nuestros corazones, dejémonos sorprender por el interés que tiene por nosotros y dejémosle actuar. Hagamos oración las palabras del Salmo: “Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos, y purifícame de mis pecados.”

(P. JLSS)

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