(Dn 9, 4-10 / Sal 79 / Lc 36-38)
La Transfiguración nos señalaba la meta a la que aspiramos todos nosotros, gozar de la presencia del Señor y la vida eterna, sin olvidar la necesidad de perseverar en la aceptación de la voluntad de Dios y de su amor en nuestras vidas. ¿Permites que el amor de Dios sea una «unidad de medida» en tu vida?
En la frase del salmo: “No recuerdes, Señor, contra nosotros las culpas de nuestros padres. Que tu amor venga pronto a socorrernos, porque estamos totalmente abatidos”, se le pide a Dios ser misericordioso y si le pedimos que con nosotros lo sea, deberíamos entender que también con los demás lo debe ser.
El Señor lo dice claramente, “con la misma medida con que midan, serán medidos…” ¿cómo quieres ser medido? ¿Con la misericordia o con la justicia? Reconozcamos frente a nuestro Padre nuestras debilidades y pecados y dejemos que sea él quien nos enseñe a tratar a los demás, que la misericordia que ha tenido con nosotros nos ayude a ser más tolerantes con nuestros hermanos.
Espíritu Santo, abre nuestras mentes y nuestros corazones para prestar mayor atención a la voz de Dios y no olvidar y reconocer nuestras limitaciones y pecados pare te a Él y avergonzarnos de ello, porque “de nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él, y al no seguir las leyes que él nos había dado por medio de sus siervos, los profetas, no hemos obedecido su voz.”
(P. JLSS)
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