(Hb 12, 4-7. 11-15 / Sal 102 / Mc 6, 1-6)

Cuando uno piensa en la misericordia de Dios debe tener presente la paternidad de Dios; y que, así “como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos barro, no se olvida.” ¿Qué sentimiento despierta en ti esta verdad?

Aquellas limitaciones que nuestras experiencias de vida han generando en nosotros, jamás serán condenadas por el Señor porque él conoce su origen, sin embargo, nosotros debemos aceptar que para cambiar aquello contamos con su amor y con su gracia y permitir que su acción nos transforme.

“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.” ¿Nos consideramos ovejas del Señor? ¿Escuchamos su voz o nos hemos acostumbrado tanto a las cuestiones de fe que ya no lo dejamos? ¿Se podrían aplicar a nosotros las palabras de Jesús «Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa…»? Y Marcos añade que el Señor “estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente.”

Padre, danos el Espíritu Santo para jamás frenar el influjo de tu gracia y seguir los consejos de la carta a los Hebreos de «esforzarnos por estar en paz con todos y por aquella santificación, sin la cual no es posible ver a Dios. Velar para que nadie se vea privado de la gracia de Dios, para jamás llegar a ser como una planta amarga, que hace daño y envenena a los demás.»

(P. JLSS)