(1Jn 2, 29-3, 6 / Sal 97 / Jn 1, 29-34)
«Cristo nos ha liberado para que seamos libres» (Cf. Gal 5, 1) esto es algo que no debemos permitir que se nos olvide, porque la vida Cristiana se trata de vivir como hombres libres, como personas que reconocen que más poderosa que el antojo o la costumbre es el amor y la gracia de Dios.
“Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios…” El apóstol San Juan nos invita a reconocer nuestro valor: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”; nuestra atención debe estar puesta en aceptar el Señorío de Jesús, el pecado ya está vencido, no le hagamos tanto caso.
Juan el Bautista, como buen profeta, conduce a todos los que le escuchaban hacia la fidelidad a Dios y, como precursor, presenta al Señor: “Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.” ¿Hacia donde debemos dirigirnos? Hacia Jesucristo, en él encontraremos todo aquello que necesitamos, sobre todo, la libertad.
Padre Bueno, cómo bautizados sabemos que somos tus hijos adoptivos, ayúdanos a no andar viviendo con criterios equivocados, como sintiéndonos huérfanos. Ponemos en tus manos todo lo que nos está robando la paz, ayúdanos a vivir aferrados únicamente a ti.
(P. JLSS)
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