(Ez 18, 1-10. 13. 30-32 / Sal 50 / Mt 19, 13-15)
Teniendo presente nuestra reflexión del día de ayer acerca del amor, siento que viene mucho las palabras con las que el Señor le llama la atención a sus discípulos: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos.” Los niños confían, no andan averiguando tanto o queriendo comprender antes.
Jesús se dejaba sorprender por este misterio: quienes quieren comprender mucho los “porqués” del amor de Dios dejan de aprovechar lo que se les ofrece, quienes son sencillos, se hacen más sensibles para reconocer ese amor en los pequeños detalles. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla”.
Necesitamos volver a dejarnos impresionar por el amor de Dios y permitir que este misterio nos vaya haciendo responsables de nuestros actos, capaces de reconocer qué es consecuencia de nuestras acciones y qué es fruto del mal que hay en el mundo, porque es muy fácil buscar culpables… no seamos como los del pueblo de Israel que decían: “Los padres fueron los que comieron uvas verdes y son los hijos a quienes se les destemplan los dientes”.
Dejémonos amar por Dios y permitamos que su amor nos transforme, hagamos nuestra oración las palabras del salmo, “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti ni retires de mí tu santo espíritu”. Y procuremos cambiar aquello que ya sabemos debemos de cambiar.
(P. JLSS)
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