DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Re 19, 16. 19-21 / Sal 15 / Gal 5, 1. 13-18 / Lc 9, 51-62)

La semana pasada se nos invitó a reflexionar en la importancia de tener claro quién es Jesús para nosotros, ya que de ello dependerá el esfuerzo que pongamos en seguirle, también se nos invitaba a no buscarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirle. Hoy se nos invita a que pensemos en aquello que ponemos como impedimento para seguir a Jesús.

¿Qué te impide seguir libremente a Jesús? A Eliseo le basto la confianza de Elías y algunos pequeños actos para reconocerse elegido por Dios y desde entonces dejó de ser agricultor, sacrificó sus toros, se deshizo de su yunta y libremente sigue al profeta. Para nosotros debería ser más fácil algo como esto, nosotros conocemos todo lo que el mismo Dios ha hecho por nosotros. ¿Que nos hace falta soltar?

En el Evangelio se nos presentaron tres escenarios de personas frente a Jesús: los samaritanos, rechazan a Jesús porque no va hacia donde ellos quieren; al otro Jesús le plantea las exigencias del reino donde «ni siquiera hay donde reclinar la cabeza»; al otro le invita a poner su seguirle sin importarle lo pasado. A Dios le interesa que le conozcamos y una vez que lo hagamos pongamos nuestro interés en el futuro.

“El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios…” tú y yo hemos sido liberados para ser libres, no nos sometamos de nuevo al yugo de la esclavitud. Nuestra vocación es a la libertad. «Pero debemos cuidar de no tomar esta libertad como pretexto para satisfacer nuestro egoísmo; sino para hacernos servidores los unos de los otros por amor» que nos da Dios y se nos debe de notar.

(P. JLSS)

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