(1Re 19, 9. 11-16 / Sal 26 / Mt 5, 27-32)

Después de celebrar Pentecostés y reconocer a María en su advocación de Madre de la Iglesia, las lecturas nos han ido conduciendo hacia la confianza en Dios, primero fue el ejemplo de la viuda que confía en las palabras que el profeta le dice, dandole de lo único que le quedaba. Después, se nos mostró la superioridad del poder de Dios frente a cualquier otra cosa, con la actitud de Elías frente a los sacerdotes de Baal.

Ayer reflexionamos acerca de nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, nuestro Señor Jesucristo, que intercede por nosotros y ha querido perpetuar su sacrificio en el Sacramento de la Eucaristía; teniendo esto presente, hoy se nos habla acerca de la necesidad que tenemos de estar al pendiente para saber reconocer el paso de Dios por nuestras vidas.

El profeta Elías obedeciendo a Dios, sale de la cueva donde se había refugiado a la espera de encontrarse con Dios, a quien encuentra en el murmullo de una brisa suave, no lo encuentra ni en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego… eso necesitamos salir de guaridas y esperar que cesen lo escandaloso, la paz vendrá, Dios esta con nosotros.

Pidámosle a nuestro Señor Jesucristo que nos haga capaces de seguir su ejemplo para dejarnos impulsar por el Espíritu Santo cada vez más, a fin de que podamos «iluminar al mundo con la luz del Evangelio reflejada en nuestras vidas», seamos como la luna, que ilumina todas nuestras noches reflejando la luz que le llega del sol. Podremos no tener luz propia, pero sí podemos reflejar la que nos llega.

(P. JLSS)