(37, 3-4. 12-13. 17-28 / Sal 104 / Mt 21, 33-43. 45-46)
Quienes creemos en Jesucristo, hemos reconocido que “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”, y que Dios no envió a su Hijo para condenar el mundo sino para que el mundo se salve por medio de Él (Cf. Jn 3, 16-17), de allí podemos descubrir la importancia de la cuaresma, que nos invita a reconocer esto.
En el Evangelio escuchamos a Jesús que con una parábola confronta a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo por estar más interesados en la administración del «viñedo» que por los frutos del mismo… “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos…”
Así cada uno de nosotros en este tercer viernes de cuaresma, deberíamos preguntarnos qué tanto nos preocupamos por aparentar ser buenos y qué tanto por dejar que la palabra de Dios produzca frutos en nuestro interior. Quien se cierra a la acción de Dios es capaz de creerse bueno aun en medio de la injusticia, como los hermanos de José al venderlo.
En el Salmo se nos invitó a «recordar las maravillas que hizo el Señor» y es que después del amor que Dios nos ha manifestado, nuestra atención debe estar puesta en su amor y no sólo cumplir por cumplir o por apariencias. Dejemos que el amor de Dios nos transforme y no temamos a soltar aquello que nos ha venido sirviendo de refugio. Para ser libres hemos sido liberados (Cf. Gal 5, 1).
(P. JLSS)
0 Comments