(Dt 26, 4-10 / Sal 50 / Rm 10, 8-13 / Lc 4, 1-13)

El pasado miércoles comenzamos el tiempo de Cuaresma, lapso de tiempo en el que la Iglesia por medio de la liturgia, su ornato y reflexiones nos invitarán a dejarnos impresionar de nuevo con el amor de Dios, a dejarnos mover por el Espíritu Santo al «desierto» cuaresmal y vivir de forma renovada nuestro espíritu pascual.

Tres tipos de tentaciones se le presentaron a Jesús, el demonio parte de una necesidad de Jesús para tentarle, el hambre. ¿De qué te sientes necesitado en estos momentos? ¿De qué tienes hambre? De allí se van a valer también contigo. Siempre comenzará por el deseo de algo concreto (desear abundancia, siempre querer más), después vendrá la vanidad y por último la soberbia.

Ese es el camino: querer más, después creernos y, por último, lucharemos por que todos los que nos rodean nos “respeten” de acuerdo a esto; y entre más se tenga, más crecerá la vanidad y más será la necesidad de aprobación. Este es el camino del vacío interior. Por ello durante toda la cuaresma se nos invitará a reconocer el inmenso amor que Dios nos tiene, lo valiosos que somos para él y a vivir con esa confianza.

En el fondo, todas nuestras inseguridades y/o miedos se basan en la falta de fe. Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe. Porque “hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación. Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él». Invoquemos a Nuestro Padre, no al miedo, no al dolor, no a la tristeza, etc., dejemos que transforme nuestro corazón en la certeza de que no sólo de pan vivimos.

(P. JLSS)