(1Jn 5, 14-21 / Sal 149 / Jn 3, 22-30)
San Ignacio de Loyola en la meditación de “las dos banderas” en sus Ejercicios Espirituales enseña que el camino de esclavitud del pecado inicia con el afán de riquezas; después, sigue el vano honor del mundo (la vanidad); por último crecida soberbia, de allí todos los demás pecados (cf. EE 142). Esto nos puede servir para reconocer cómo vamos en el abandono a la voluntad de Dios.
En el Evangelio escuchamos un momento en el que llegan con Juan Bautista para decirle que Jesús estaba bautizando en otro lado, si Juan hubiera caído en la fama quizá hasta se hubiera molestado, pero él era consciente de cuál era su papel y cuál el del Señor, «…me lleno ahora de alegría. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos».
¿Eres consciente de que el amor que Dios te tiene no depende de tus títulos ni ocupaciones? El amor que Dios nos tiene es inmenso, fiel y estable. Por ello debemos ser capaces de aceptar su voluntad, sea cual sea, porque ya nos ha dejado en claro su fidelidad. “La confianza que tenemos en Dios consiste en que, si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha.”
Debemos centrar nuestras vidas en el amor que Dios nos tiene, abandonarnos en su gracia y procurar vivir conforme a lo inmensamente amados que somos; por ello, el apóstol San Juan nos dice: “Si alguno ve que su hermano comete un pecado de los que no llevan a la muerte, que pida por él y le obtendrá la vida”. Quien tiene demasiado tiempo para estar viendo la vida del otro, quizá ya dejó de analizar la suya. Concédenos, Señor, abandono a tu amor y voluntad para que tú seas nuestra mayor riqueza, nunca busquemos vano honor y crezca nuestra humildad.
(P. JLSS)
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