(1Jn 2, 3-11 / Sal 95 / Mt 2, 22-35)
Durante el tiempo de Navidad recordamos la grandeza del amor de Dios en un acto tan sublime como el de su abajamiento, asumir nuestra naturaleza y demostrar desde la misma que se puede vivir conforme a la voluntad de Dios, serle fiel hasta la muerte y que el siempre cumple sus promesas.
Si en cada celebración de la navidad, nos esforzáramos por comprender un poco más todo el Amor que encierra e misterio de la navidad, viviríamos más tranquilos, nos desesperaríamos menos, tendríamos más paz. Ya que el reconocimiento del amor siempre trae paz.
A Simeón, le quien es definido en el Evangelio como «varón justo y temeroso de Dios», le bastó mirar a Jesús bebé, para bendecir a Dios por haber enviado a su salvador, Simeón no le miró haciendo milagros, ni predicando, mucho menos resucitado, le bastó reconocerle ya entre nosotros ¿Si te da paz saber qué Cristo vino al mundo y que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo?
La primera lectura nos da un indicador muy sencillo para saber qué tanto reconocemos la acción de Cristo en nosotros: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.” Señor queremos que tú nos ilumines, no dejes que nos dejemos impresionar por nada más que por el inmenso amor que nos tienes.
(P. JLSS)
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