(Is 42, 1-4. 6-7 / Sal 28 / Mt 3, 13-17)

Tras la solemnidad de la Epifanía en la que reconocíamos cómo Dios ha querido iluminar a todas las naciones con la luz de su Hijo, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, misterio por el cuál Dios quiso presentar a Jesús, en medio de los penitentes, diciendo: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias.”

Es en el Bautismo del Señor cuando se cumplen las palabras del profeta Isaías: “»Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones.” ¿Qué tan dispuestos estamos a dejarnos iluminar por la luz?

Cristo al sumergirse en el agua del Jordán cargó sobre sí los pescados del mundo y así nosotros, los que hemos sido sumergidos en el bautismo hemos sido liberados de la esclavitud. Desde nuestro bautismo, cada uno de nosotros hemos sido incorporados a la obra salvadora del Señor, hemos sido sumergidos en la misericordia de Dios para vivir como personas libres.

Padre Bueno, que en el día del bautismo de tu Hijo has querido dejarnos claro que en Cristo te complaces, ayúdanos con el Espíritu Santo para irnos configurando cada vez más con él y que seamos capaces de comprender la gracia del Bautismo, misterio por el cual tú has querido revestirnos de Cristo (cf. Gal 3, 26-28).

(P. JLSS)