(Is 60, 1-6 / Sal 72 / Ef 3, 2-3. 5-6 / Mt 2, 1-12)

Hoy celebramos litúrgicamente la Epifanía del Señor. Del prefijo griego «ἐπι-» que significa «encima o sobre» y «φαίνειν» cuyo significado es «brillar, aparecer, mostrarse, hacerse visible»; celebrar la Epifanía del Señor es celebrar su manifestación a todos los pueblos, no sólo a aquellos que se consideraban únicos destinatarios de la salvación.

En esta fiesta reconocemos el cumplimiento de las profecías de Isaías que ya desde 740-701 años antes de Cristo dijo: “Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Mira: las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria. Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora.» ¿Aceptas la luz que Dios te ofrece?

Los «magos de oriente» llegan al Señor conducidos por una estrella, no por profecías ni nada religioso; se encuentran con Él tras buscar la verdad en la «astronomía»… reconocen en Jesús un misterio que le sobrepasa, le adoran y presentan sus regalos, mismos que quisiera que le ofreciéramos nosotros también este día: el oro, reconociéndole nuestro rey, verdadero Dios (incienso) y verdadero hombre (mirra).

Dejemos que sea Cristo quien reine en nuestras vidas, él es quien se nos ha querido manifestar en la sencillez para que no temamos su cercanía, él ha venido para salvarnos por pura misericordia, revelándonos así «que por el Evangelio, también nosotros somos coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo…” aceptemos el amor de Dios y no lo limitemos con nuestros prejuicios.

(P. JLSS)