(Am 6, 1. 4-7 / Sal 145 / 1Tim 6, 11-16 / Lc 16, 19-31)

La semana pasada la temática de la Palabra nos invitaba a analizar cómo administramos el amor y la gracia de Dios que, para quien cree en cristo, debe ser su mayor preocupación y no el dinero ni el afán de riquezas. Hoy no se nos invita a estar atentos a las necesidades del hermano, no dejar que nuestra comodidad nos ciegue y recordar que de nada sirve la mera descripción de algo si no se va hacer algo por remediarlo.

Por ejemplo, el profeta Amós hoy hace una invitación a los israelitas «quienes se sienten seguros en Sión» y los samaritanos a no dejarse seducir por las riquezas y permitir que éstas les hicieran olvidar lo que le había pasado a varios pueblos (Calne, Jamat, Gat) por despreocuparse de todo se vieron arruinadas. Nos puede pasar igual a nosotros si nos descuidamos y dejamos aspirar a ser mejores.

San Pablo, por su parte le dice a Timoteo que se cuide del amor por el dinero que es la raíz de todos los males y como muchos por esto se extraviaron de la fe (Cf. 1Tim 6, 10) le exhorta a él y a cada uno de nosotros: “Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado…”

Ambas lecturas nos invitan a la vigilancia, a no dormirnos en nuestros laureles… ¿existe a tu alrededor algún Lázaro? Alguien que aun viviendo cerca de nosotros o siendo de nuestra familia la esté pasando mal pero preferimos voltear para otro lado en lugar de ayudarle. Mi abuelo decía que lo triste de estos tiempos era que todos querían mojarse (agarrar dinerito) para bañarse en tina y antes lo hacían con regadera para que el otro también se mojara. Pidámosle a Dios ser generosos y estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos, «amarlos como hemos sido amados».

(P. JLSS)