SÁBADO – SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ap 11, 4-12 / Sal 143 / Lc 20, 27-40)

Hay una frase que deberíamos traer a nuestra mente cada que nuestra realidad se llegase a tornar difícil o incomprensible y la acabamos de escuchar en la Aclamación: “Jesucristo, nuestro Salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.” A Nuestro Señor no lo vence nada, quien nos protege no puede ser vencido.

Nuestra fe en Jesucristo se fundamenta en la resurrección, en el hecho de que prefirió ser obediente hasta la muerte aún en medio de las amenazas que eso le aseguraban, enseñándonos qué vale la pena confiar más en la protección del Padre celestial que en cualquier amenaza inminente.

El fragmento del libro del Apocalipsis que escuchamos nos narra el anuncio de un tiempo de persecución para todos los que quieran permanecer fieles a Dios, parecerá que les quieren exterminar, sin embargo no podrán, y estos serán llevados al cielo, hay que preguntarnos qué preferimos ¿un bien temporal o algo eterno?

No permitamos a nada que genere en nosotros pensamientos “saduceos” que nieguen la resurrección por miedo, pidamos mejor al Espíritu Santo que fortalezca nuestra fe en quién es nuestro Rey y dejemos que su fuerza nos impulse y ayude a reconocer que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven…”

(P. JLSS)

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