(Gal 2, 1-2. 7-14 / Sal 116 / Lc 11, 1-4)
Ayer recordábamos que el Señor nos conoce profundamente, que todas nuestras sendas le son familiares… hoy, escuchamos que “hemos recibido un espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre!”, ideas que se complementan muy bien para preguntarnos acerca de nuestra confianza y abandono a Dios.
San Pablo continúa platicando con los Gálatas acerca su proceso de conversión y adhesión a la Iglesia, como en un momento de incertidumbre el busca a los apóstoles “Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados como las columnas de la Iglesia,” y éstos legitiman su apostolado, pidiéndole solamente que no se olvidase de los pobres. Los apóstoles y sus sucesores (los obispos) han sido garantes de la unidad de la Iglesia.
Esta sumisión a la Iglesia en su jerarquía institucional, es un misterio de fe que debe ser asumido como tal, no como una mera obligación sin más, no como algo entreguista y/o fanático, mucho menos algo que sea de conveniencia, es un misterio que ayuda a comprender la nota de la Unidad. Algo que demuestra San Pablo cuando reprende a san Pedro “no procedía rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, le dije delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como un pagano y no como un judío, ¿por qué quieres ahora obligar a los paganos convertidos a que vivan como judíos?».
Padre bueno sabemos que nos amas y siempre estas atento a nosotros y nuestras necesidades por ello te pedimos que nos ayudes a poner nuestra confianza sólo en ti y para nunca olvidar que tu nos quieres viviendo en libertad, «diciendo sí cuando si y no cuando es no» (Mt 5, 37) sabiendo que la experiencia de tu amor y cuidado nos debe llevar a dejar toda tibieza que ponga su confianza en otras cosas que no sean tú (Ap 3, 16).
(P. JLSS)
(P.
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