“Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias.” Siempre es bueno revisar cómo anda nuestra confianza en Dios y evitar toda espiritualidad retributiva que interpreta el mal como castigo (no como consecuencia de pecado) y el bienestar como aprobación divina.

Nuestro Padre celestial nos ha demostrado su infinito amor al mandarnos a su Hijo, Jesucristo, para salvarnos (cf. Jn 3, 16-17), abriéndonos la puerta a la vida eterna y esta es nuestra esperanza y la esperanza no defrauda (cf. Rm 5, 1-5), firmes en esta esperanza debemos perseverar, esa es nuestra mayor riqueza que nada nos puede arrebatar.

Escuchemos el testimonio de San Pablo: “Cinco veces me han dado los judíos los treinta y nueve azotes. Otras tres veces me han azotado con varas y una vez me han apedreado. He naufragado tres veces y me he pasado un día y una noche perdido en el mar. He viajado sin descanso y me he visto en peligros en los ríos y entre ladrones; peligros por parte de los de mi raza y por parte de los paganos; peligros en las ciudades y en despoblado, en el mar y entre falsos hermanos. He andado muerto de cansancio; he pasado muchas noches sin dormir, con hambre y sed; muchos días sin comer, con frío y sin ropa.” ¿no lo amaba Dios? ¡Claro que si! Si te pasará algo de esto a ti ¿bastaría para justificar tu falta de perseverancia?

Dejémonos iluminar por la luz del Espíritu Santo, pidámosle la capacidad de tener a Dios como lo más preciado, porque donde este nuestro tesoro allí estará nuestro corazón. “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen… Más bien acumulen tesoros en el cielo…”

(P. JLSS)