(1Sb 3, 1-9 / Sal 26 / 1Jn 3, 14-16 / Mt 25, 31-46)

Tras la celebración de la solemnidad de todos los santos, en la que les hemos celebrado y pedido su intercesión. Hoy nosotros como miembros de la Iglesia imitamos este favor y oramos por el eterno descanso y la salvación de aquellos hermanos que ya murieron y pudieran necesitar de nuestras suplicas.

La meta de cada uno de nosotros es (o debería ser) alcanzar la vida eterna, en este caminar muchos nos encontramos con obstáculos y dificultades con los que luchamos, nuestros hermanos que murieron ya no pueden de decisión, por ello rezamos por que Dios en su infinita misericordia les conceda el gozo de la vida eterna.

Rezar por los difuntos es una obra de caridad grandísima porque ellos ya no podrán agradecernos materialmente esto, pero si con su poderosa intercesión si por nuestros ruegos ellos alcanzan el premio eterno. Si logramos que escuchen: “Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.”

El amor a nuestros hermanos no se debe limitar solo a este mundo, porque el amor trasciende, “nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien saben ustedes que ningún homicida tiene la vida eterna.” A nuestros hermanos difuntos, dales Señor el descanso eterno. Que brille para ellos la Luz Perpetua. Así sea.

(P. JLSS)