MARTES – SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Dn 2, 31-45 / Dn 3 / Lc 21, 5-11)

“Sé fiel hasta la muerte y te daré como premio la vida…” la fiesta de Cristo Rey nos llevaba a cuestionarnos acerca de qué clase de súbditos somos, si realmente confiamos en su fidelidad y qué estamos dispuesta a hacer por Él; cuestionamientos que se van a sintetizar fácilmente si reconocemos aquello donde ponemos nuestra seguridad.

Podemos tener una razón extraordinaria (cabeza de oro), nuestras emociones equilibradas (pecho y brazos de bronce), nuestras sentimientos más o menos controlados (el vientre y los muslos de hierro), andar por buen camino (piernas de hierro), pero si no estamos cimentados completamente en Jesucristo (si tenemos pies de hierro mezclado de barro) cualquier piedrita nos podrá derrumbar.

Quien no está con Cristo completamente, está en su contra; y el que no recoge con el desparrama (cf. Mt 12, 30), por ello debemos esforzarnos por ser cada vez más dignos de Él, de su amistad, de su amor, no preocuparnos tanto por el otro sino por contar con el Señor de nuestro lado para vivir sin tanta preocupación innecesaria.

Padre aumenta en nosotros la confianza en ti y en tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, para que el Espíritu Santo sea nuestra mayor influencia y poder manifestar que somos súbditos de nuestro Rey por el amor con el que vivamos y actuemos. Quizá lo único que necesiten aquellos que no se sienten amados es que se lo recordemos por medio de nuestras acciones.

(P. JLSS)

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