JUEVES – SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ef 1, 1-10 / Sal 97 / Lc 11, 47-54)

Ayer escuchamos como quien se mueve por el amor, no debe temer, no se puede saberse amado por Dios y ser mala persona, porque ninguna ley existe que vaya en contra de los frutos del Espíritu Santo, porque se trata del amor de Dios. Lo que debemos preguntarnos es qué nos mueve ¿el amor o el temor?

Pablo lo tenía bien claro, en el inicio de la carta a los efesios podemos ver esto, primero reconoce ser “apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios”, no por sus méritos sino por gracia, porque Dios así lo quiso. Después dice: “Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor…”, aceptación de la misericordia y docilidad al amor para alcanzar la santidad.

Ser santos no significa ser rezanderos o personas de mucha mortificación, ser santos significa vivir la libertad de ser profundamente amados por Dios y saber que se cuenta con Él. En Jesucristo se han cumplido las palabras del Salmo: “El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel.” ¡Se nos debe notar!

Que el Espíritu Santo nos ayude para lograr aceptar que el amor de Dios no depende de cada uno de nosotros sino de su voluntad y quiere que seamos santos por su amor. No nos equivoquemos ni extraviemos, si queremos llegar al Padre necesitamos reconocer que en Jesús está el rumbo, las respuestas a nuestras interrogantes y el sentido a nuestra vida. Él es el camino, la verdad y la vida.

(P. JLSS)

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