DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Prov 9, 1-6 / Sal 33 / Ef 5, 15-20 / Jn 6, 51-58)

Estos últimos domingos se nos ha venido conduciendo hacia el Señor que se compadece siempre de nosotros y al cual debemos buscarle primero como salvador que como una fuente de milagros, trabajar por el alimento que da vida eterna y no del que se acaba. Jesús en la Eucaristía se ha querido quedar en el pan, no de manera simbólica, sino real. ¿Hace cuánto no comulgas?

El mismo Señor nos habla sobre esta necesidad que tenemos de comer su cuerpo y beber su sangre, por ello el Evangelista deja en claro que no lo hace en sentido metafórico: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.” Aquí habla de comer (fágete v.53) su carne, y se aclara, que hay que hacerlo en sentido real, masticarlo, roerlo, etc. (Trógon v.54).

Aceptemos el don que el Señor quiere hacer de sí mismo como alimento, para que no sintamos que ninguna dificultad es tan grande, el comulgar continuamente no nos permite sentir soledad ni angustia tan grande, pues «el que come su carne y bebe su sangre permanece en el Señor y el Señor en él». Hagamos la prueba y veamos qué bueno es Dios.

Ante cualquier milagro de Dios, incluida la eucaristía, valen las palabras de san Pablo a los Efesios: “Tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos. No sean irreflexivos, antes bien, traten de entender cuál es la voluntad de Dios.” ¿Por qué pasar hambre cuando se nos ofrece el alimento?

(P. JLSS)

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