(Hch 4, 13-21 / Sal 117 / Mc 16, 9-15)
Si hacemos un recorrido por nuestras meditaciones de esta semana nos encontramos que tras la pascua debemos buscar la serenidad y la paz, no podemos tener temor y alegría mezcladas sino paz (lunes), dejar aquello que nos entristece en manos de Dios (martes), reconocerle a él como nuestra mayor necesidad (miércoles), darle su lugar y reconocer su acción (jueves) y, ayer, estar atentos para reconocer su presencia en nuestras vidas (viernes).
Hoy las lecturas nos invitan a aceptar su mensaje: Dios nos ama infinitamente, ese amor no depende de nosotros, de nuestras cualidades, de nuestras costumbres, etc., solamente depende de Él que ha decidido hacerlo, cuántos de nosotros no hemos desperdiciado la misericordia de Dios por pensar en nosotros mismos, debemos pensar en Dios.
Los apóstoles estaban firmes en el amor de Dios, se dejaban impulsar y se abandonaban a él, por ello se mantenían firmes ante cualquier amenaza: “Digan ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”. Eran testigos de este misterio de amor.
Padre, hemos escuchado en el Evangelio que por estar agobiados los discípulos no creyeron a María Magdalena lo que les dijo de la resurrección del Señor, tampoco a los discípulos de Emaús, todo por la tristeza… te pedimos Padre que destruyas en nosotros todo obstáculo a tu amor y a tu gracia para creer con firmeza que tú estás vivo y al pendiente de nosotros. “Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. El Señor es mi fuerza y mi alegría; en el Señor está mi salvación.”
(P. JLSS)
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