(Rom 2, 1-11 / Sal 61 / Lc 11, 42-46)
Quien ha venido siguiendo mis reflexiones diarias, sabe que a mi me preocupa más un corazón que se cree bueno, que un corazón pecador; el primero, difícilmente aceptará una corrección; el segundo, basta que se encuentre con la misericordia de Dios y acepte el amor que se le ofrece.
¿Hace cuánto no haces un buen examen de conciencia? ¿Existen pecados que antes te dolieran mucho y que en la actualidad ya no lo hacen? A esto último es a lo que el Papa Francisco llama corrupción, eso que ya lo permitimos y justificamos, pero sólo en nosotros, en los demás lo juzgaremos duramente. «Les abrumaríamos con cargas insoportables, que nosotros ni siquiera las tocaríamos con la punta del dedo.»
San Pablo nos hace un fuerte cuestionamiento: “Tú, que condenas a los que hacen las mismas cosas que haces tú, ¿piensas que vas a escapar del juicio de Dios? ¿Por qué desprecias la bondad inagotable de Dios, su paciencia y su comprensión, y no te das cuenta de que esa misma bondad es la que te impulsa al arrepentimiento?”
Confiemos más en Dios y en su amor, no permitamos que el miedo nos haga crearnos ídolos. Espíritu Santo, desciende sobre cada uno de nosotros y haznos capaces de comprender que el único que puede juzgar es quien tiene poder de salvar. Haznos reconocer tu misericordia en nosotros mismos para lograr ser misericordiosos con los demás.
(P. JLSS)
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