(Jon 4, 1-11 / Sal 85 / Lc 11, 1-4)
Hemos venido meditando el amor que Dios nos tiene y su constante invitación a dejarnos amar, hoy se nos invita a purificar nuestros pensamientos y a no permitir que nuestras ideas limiten su acción. Muchas veces nos juzgamos según creemos que lo haría Dios, pero no nos podemos mirar con sus ojos si no tenemos su corazón.
Jonás predicó la conversión en Nínive y el pueblo le escucho, todos se arrepintieron e hicieron penitencia, sin embargo, en lugar de mirar la acción de Dios por su labor, se dejo distraer porque el resultado no fue el que esperaba. Que triste que nos sea más fácil desear el castigo que la misericordia.
El reclamo de Jonás es el siguiente: “Bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y compasivo, lleno de paciencia y de misericordia, siempre dispuesto a perdonar…” pareciera que es el mismo para nosotros, cuando nos cuesta aceptar que nos ama porque ha decidido hacerlo, porque el es Amor y nos ama.
Cuando a Jesús se le pide que enseñe a orar, él nos enseña a reconocer que Dios es nuestro Padre, a dejar todo en sus manos y vivir confiados en el amor. “Hemos recibido un espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre!” Dejémonos mover por el Espíritu para que crezca en nosotros la paz y poder vivir con la seguridad de ser hijos amados de Dios.
(P. JLSS)
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