(Ap 11, 19; 12, 1-6. 10 / Sal 44 / 1Cor 15, 20-27 / Lc 1, 39-56)
Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, lo que significa que creemos que ella, por una gracia singular, así como fue preservada de toda mancha de pecado original, al término de su vida en la tierra fue asunta a la gloria del cielo en cuerpo y alma. El cuerpo, por medio del cual Jesús se encarna no podía corromperse.
San Alfonso María de Ligorio, escribe: «Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido» (las glorias de María, parte II, discurso 1). “La Asunción de la Santísima Virgen María constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos…” (CCE 966)
“En efecto, así como en Adán todos mueren, así en cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.” Hoy celebramos que en María se ha cumplido esto y que por ello podemos confiar de tener una poderosa intercesora en el cielo. Ella misma anunció que le llamaríamos dichosa porque Dios posó sus ojos en su humildad e hizo grandes cosas en ella.
Dejemos que María se acerque a nosotros, no rechacemos a la Madre del Señor. Unámonos a Isabel y digámosle: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Y dejemos que ella se involucre y nos ayude en todas nuestras necesidades, siempre está al pendiente de los amigos de su Hijo (Cf. Jn 2, 1-11; 19, 25-27).
(P. JLSS)
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