JUEVES – SEMANA III DE PASCUA

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(Hch 8, 26-40 / Sal 65 / Jn 6, 44-51)

Ayer terminaba la lectura del libro de los hechos hablando de los comienzos de la predicación del Evangelio fuera de Jerusalén, concretamente en Samaria de donde se dispersaron tras la persecución desatada. Hoy se nos cuenta otro episodio, la predicación al eunuco etíope.

Este hombre había bajado a Jerusalén para adorar a Dios y regresaba a su casa leyendo a Isaías aunque no entendía, sin embargo, se atreve a pedir ayuda cuando esta se le ofrece. Cuántos de nosotros nos encontramos alejados de Dios únicamente porque no nos atrevemos a pedir ayuda o a pedir a Dios que nos ayude sobre algo.

Nosotros que confesamos nuestra fe en Jesucristo deberíamos cuestionarnos qué tanto creemos en sus palabras: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida…” y en los momentos de dificultad pedirle a Él que nos ayude a entender su palabra.

“El etíope ya no lo vio más y prosiguió su viaje, lleno de alegría…” tras su confesión de fe y bautizo este personaje regresa por el mismo camino pero ya no es el mismo una vez que se le explica la palabra y proclama su fe en Jesucristo, todo cambia. Así tú y yo acudamos al Señor y pidámosle que nos ilumine, que nos alimente con su cuerpo para así recuperar la seguridad de contar con su presencia y poder aún en medio de lo cotidiano.

(P. JLSS)

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