(Zac 12, 10-11 / Sal 62 / Gal 3, 26-29 / Lc 9, 18-24)

La semana pasada meditamos acerca del Misterio de la Santísima Trinidad, con lo cual reconocimos a Dios cómo un amor dinámico, no estático. Y en este misterio dinámico nos hemos encontrado con Jesucristo ¿qué significa esto para nosotros? ¿Qué implicaciones trae para nuestras vidas?

Jesús en el Evangelio cuestiona a los discípulos ¿Quién dice la gente que soy yo? Y tras escuchar las respuestas les pregunta directamente a ellos “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”… siguiendo con su ejemplo, ahora debemos preguntarnos cada uno de nosotros ¿quién es Jesús para mí?

Por Jesucristo, todos nosotros debemos reconocer cómo el inmenso amor de Dios no hace distinción, se nos ofrece por igual. San Pablo nos decía “todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo”. De allí contemplemos la necesidad que tenemos de clarificar quién es Jesús para nosotros.

Jesús es aquella fuente de la que hablaba Zacarías que nos «purificaría de nuestros pecados e inmundicias»; por ello, contemplando su entrega y ejemplo luchemos por escuchar su voz en los momentos difíciles que nos dice “Si alguno quiere, acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”. Recordando que si no tenemos claridad de cuáles son nuestras necesidades y quien es Jesús en nuestras vidas podemos terminar queriendo saciarnos en cualquier simple “charco”. Busquémosle siempre a él.

(P. JLSS)