(Hch 15, 1-2. 22-29 / Sal 66 / Ap 21, 10-14. 22-23 / Jn 14, 23-29)

La semana pasada el Señor nos daba un mandamiento nuevo «amarnos los unos a los otros, como Él nos ha amado» además nos enseñaba que por esa manera de amar todos nos reconocerían como sus discípulos, por la caridad. Este domingo se nos recuerda que si nos consideramos discípulos del Señor debemos escuchar más a Dios que a nuestros miedos.

Quienes anhelamos la Jerusalén celestial nos debemos esforzar por vivir de acuerdo con nuestra fe y dejar que e Espíritu Santo sea nuestra mayor influencia, aceptemos todo lo que nos ofrece el Señor, prestemos atención a esta frase: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden”. ¿Necesitamos de su paz?

“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. ¿Aprovechamos la presencia del Espíritu Santo en nuestro interior? Cuando no comprendemos la voluntad de Dios ¿recurrimos a su palabra, al Magisterio o nos aferramos a nuestra voluntad? En la primera lectura hemos escuchado cómo se solucionó una de las primeras amenazas contra la unidad de la Iglesia (la necesidad de la circuncisión), esto se logró acudiendo a los apóstoles.

Ante los miedos, ante aquello que no comprendemos, ante aquello que nos esté acongojando, quizá lo que hoy necesitamos es hacer silencio. Callar todos nuestros ruidos y pedir al Señor su paz, no estamos solos. Acudamos al Resucitado, pidamosle la paz y que nos llene del Espíritu Santo.“…el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

(P. JLSS)