DOMINGO – SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

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(Dt 4, 32-34. 39-40 / Sal 32 / Rm 8, 14-17 / Mt 28, 16-20)

«El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo… «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo»» (Cf. CCE 234).

Cuando Jesús envía a los discípulos a todo el mundo les pide bautizar en en “el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu”, y es que nuestra fe en Jesucristo, no se podría entender sin el Padre que lo envió y el Espíritu Santo que se nos ha enviado; Dios, es trinidad «no en la singularidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia». Dios es comunidad de Amor.

En este misterio dinámico de amor, hemos sido injertados cada uno de nosotros desde el bautismo, «no hemos recibido un espíritu de esclavos, que nos haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios… Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo».

Tras celebrar Pentecostés, la Iglesia nos invita a meditar un poco en el misterio de Amor de Dios: el Padre cuyo amor se revela en el Hijo y, mediante la efusión del Espíritu Santo nos da el acceso a la vida eterna, nos impulsa a ser mejores, nos da la verdadera libertad y nos fortalece contra el pecado. Abandonémonos al Amor y permitamos que el Espíritu nos dé la certeza de lo valiosos que ya somos. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

(P. JLSS)

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