(Ex 3,1-8. 13-15 / Sal 102 / 1 Cor 10,1-6.10-12 / Lc 13,1-9)

El Domingo pasado escuchamos en el Evangelio el misterio de la Transfiguración del Señor, en el cuál escuchábamos la voz del Padre que nos indicaba que Jesús es su Hijo al cual debemos escuchar. Quien escucha la voz del Señor, necesariamente querrá cambiar ¿aún deseas ser mejor o ya ni siquiera piensas en eso?

No podemos olvidar que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia”. Debemos tener siempre presente que el amor de Dios es más grande que nuestros pecados. Debemos acercarnos a Él sin miedo.

Para acercarse a Dios hay que descalzarse… es decir, para acercársele hay que quitarse lo impuro y acercarse libres de toda impureza a Él conscientes de estar en un lugar santificado por la presencia de la divinidad, tú y yo hemos sido liberados del poder del pecado en Jesucristo, no debemos entretenernos tanto en otras cosas más que en la misericordia que el Señor nos ha manifestado.

No olvidemos las maravillas que el Señor ha hecho por nosotros, él no es alguien desconocido sino que de muchas maneras y diferentes formas Dios ha dejado patente su amor por nosotros, analicemos nuestras vidas y reconozcamos qué necesitamos mejorar. “Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer”. No bajemos la guardia, vivamos «descalzos» ante el Señor.

(P. JLSS)