(Hch 2, 1-11 / Sal 103 / 1COR 12, 3-7. 12-13 / Jn 20, 19-23)
Cuando leemos la historia de la torre de Babel en el libro del Génesis, se nos relata la confusión de los idiomas. Cuando el hombre por soberbia quiere llegar «hasta Dios», terminará confundiéndose; pero cuando Dios, que es amor, se acerca a nosotros y le aceptamos se acaba toda confusión. Así es el amor.
¿Qué tanta disposición tienes para dejar que Dios entre en tu vida? ¿Quieres que se acabe todo aquello que pudiera estarte robando la paz? Ábrete al Espíritu Santo para que surja un asombro semejante al de los personajes de la primera lectura “¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa?… Y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua.”
La llegada del Espíritu Santo a nuestras vidas, lo primero que nos traerá será paz, además de todos los dones que trae, pero lo que nos dejará en claro su llegada es la serenidad que viviremos, ni euforia ni desolación, serenidad y confianza. Por ello san Pablo recordaba que “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo.”
Atrevámonos a reconocer aquello que pudiera estar limitando nuestro seguimiento de Dios, nuestra vivencia de su amor, dejemos toda intranquilidad y duda en sus manos y aceptemos la paz que nos ofrece y que Jesús nos ha ganado, no le tengamos miedo al amor de Dios y a todo lo que nos ofrece. “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.”
(P. JLSS)
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