SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA

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(Is 58, 9-14 / Sal 85 / Lc 5, 27-32)

La cuaresma es un tiempo para prepararnos para experimentar el amor de Dios con mayor intensidad el día de Pascua. Es un tiempo para reconocer que Dios «no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva», nos lo ha manifestado en Jesucristo.

Cuando entras al templo y miras a Jesús crucificado ¿experimentas la misericordia o la culpa? En nuestros templos tenemos una imagen de Cristo crucificado, no para alimentar culpas, sino para ayudarnos a recordar la magnitud del amor que Dios nos tiene; recordarnos que en aquel que fue levantado encontraremos todo lo que necesitamos (cf. Jn 3, 13-17).

Es un tiempo para recordar que debemos poner mayor atención en Jesús, la vocación de Leví nos sirve de ejemplo, él sabe reconocer la voz del Señor que le llama, no le importa detenerse a pensar en sus limitaciones ni pecados, pone atención en lo que se le ofrecía. Nuestra fe en Jesucristo nace del encuentro con aquel que nos ofrece amor y libertad.

Nuestra fe se trata de dejar que el amor de Dios nos invada y que cada día nos esforcemos por ser más dignos de aquel que nos ama. Tengamos presente que Cristo nos ama profundamente, “no son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”. Leví, tras el encuentro con el Señor deja todo lo que le apartaba y le sigue ¿tienes claridad en lo que no te deja abandonarte al amor de Dios? ¡Para ser libres hemos sido liberados!

(P. JLSS)

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