MIÉRCOLES – SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(2Mac 7, 1. 20-31 / Sal 16 / Lc 19, 11-28)

Cuando recién entre al Seminario teníamos un formador que siempre nos recordaba, la frase del Evangelio que acabamos de escuchar, siempre nos invitaba a “ser fieles en las cosas pequeñas”. Ni el más tirano, ni el más santo, comenzaron haciendo cosas grandes o extraordinarios, todos empezaron dándose pequeños permisos, haciendo pequeñas cosas.

Cuando el Señor dice: “Yo los he elegido del mundo, para que vayan y den fruto y su fruto permanezca” (Cf. Jn 15, 16), no dice que quiere que lo hagamos a la carrera ni a prisa, solo nos pide dar fruto. En el Evangelio se nos presentan a varios personajes uno dio el doble de fruto, el otro el cincuenta por ciento, al que se le reprende es al que no hace nada.

Seamos responsables con nuestras faltas de fe y pidámosle a Dios que nos ayude con las mismas, no seamos como el personaje del Evangelio que le quiere echar la culpa a su señor “pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado”, de aquello que no ha querido hacer o cambiar; si sabemos que Dios es amor, vivamos como amados.

Espíritu Santo fortalece en nuestro interior la certeza del amor de Dios, danos el valor para cambiar aquello que nos limita y mantiene esclavizados. Que la frase que la madre dice a su hijo en la primera lectura: “Así, pues, no le tengas miedo al verdugo, sigue el buen ejemplo de tus hermanos y acepta la muerte, para que, por la misericordia de Dios, te vuelva yo a encontrar con ellos”, nos sirva de ejemplo para pensar más en cuál es nuestra esperanza.

(P. JLSS)

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