(Nm 21, 4-9 / Sal 101 / Jn 8, 21-30)

El domingo se nos presentó en el Evangelio el caso de la mujer adúltera que le fue llevada a Jesús para ponerle una prueba, contemplamos cómo Jesús se compadece y le perdona; Ayer se nos habló de Susana, aquella mujer que prefirió ser fiel a Dios antes que prestarse al pecado; Hoy la palabra nos invita a volvernos a centrar en el Señor.

Por un lado están los que se creían «buenos» y acusan a la mujer, por otro, quienes por sentirse «poderosos» quieren actuar injustamente y oprimir. Muy contrario a la manera de actuar de Dios, que no busca hacernos cambiar con violencia, sino manifestándonos su amor, “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta…”

La magnitud del Amor de Dios por nosotros queda más que patente cuando Cristo entrega su vida por nosotros, siendo para nosotros el remedio ofrecido por Dios contra toda «picadura de la serpiente» del pecado, a Moisés le dijo: “haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá…”, a nosotros nos entrega a su Hijo.

No olvidemos que “la semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre”, aceptemos el mensaje de amor que Dios envía a cada uno de nosotros, reconozcamos en Cristo el remedio a todos nuestros males y abandonémonos a su protección. Para poder reconocer en el Crucificado (en su entrega y amor) al Hijo de Dios (cf. Mt 27, 54)…

(P. JLSS)