JUEVES – SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María
(Rm 8, 28-30 / Sal 12 / Mt 1, 18-23)

La magnitud con que se celebre el nacimiento de una persona va a depender de lo importante que sea, por ello, ahora que celebramos la natividad de la santísima Virgen María es importante que nos preguntemos ¿cuál es la importancia que le damos a María en nuestras vidas? ¿Reconocemos la importancia que tiene en nuestra historia de salvación?

Comentando el Magnificat (cf. Lc 1, 46-55), el mismo Martín Lutero reconoce la grandeza de la humildad de María: «No dice María “mi alma se glorifica a sí misma”, ni “mi alma se complace en mí”, sino que se limita a exaltar a Dios, sólo a él le atribuye todo; se despoja de todo para dárselo a Dios, de quien lo ha recibido… [María] fue agraciada por la acción sobreabundante de Dios, pero no está dispuesta a considerarse por encima del más humilde de la tierra».

María no se deja impresionar por la misión que Dios le ha confiado, una misión que es por mucho superior a la que cualquiera de nosotros podrá recibir y, sin embargo, puede proclamar y experimentar gozo por este don: “Y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador” (Lc 1, 47) ¿Eres capaz de alegrarte por lo que Dios te ha confiado o haz caído en el error de creerte superior a los demás por algo que es un don?

Aprendamos de María su humildad, festejemos la grandeza de esta mujer que por medio de su docilidad a Dios, el Hijo se ha encarnado. Aprendamos de María y entre más «grande o importante» sea lo que se nos confíen dejémonos impresionar por la confianza que Dios nos ha brindado. “¿Qué tienes, que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4, 7)

(P. JLSS)

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