JUEVES – SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Cor 3, 18-23 / Sal 23 / Lc 5, 1–11)

Querer comprender la misericordia de Dios con razonamientos humanos puede ser muy difícil más cuando hemos sido educados para realizar algo que produzca, competir, aspirar a ser más que el otro… mientras que Dios ama, no como en busca de complemento, sino como es en realidad el amor: una decisión por el bien del otro.

Para aceptar esto, debemos atender las palabras de san Pablo, “Que nadie se engañe: si alguno se tiene a sí mismo por sabio según los criterios de este mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio”. No está pidiendo que reneguemos de nuestra razón, sino que nos cuidemos de creer que sólo ésta basta.

Para valorar la misericordia de Dios necesitamos vivir la misma experiencia que san Pedro en este pasaje: escucha a Jesús, sigue sus indicaciones, le obedece de adentrarse más al mar y arrojar las redes confiando más en las palabras del Señor que en su lógica, fue entonces que vino la pesca milagrosa y se dejó impresionar, “se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: «¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”.

Así nosotros pidamos al Señor este día que nos haga dóciles a su palabra, obedientes a la misma y sepamos reconocer su amor, que supera toda nuestra lógica y nuestros criterios. Abandonemonos a su amor, confiemos en Él y cuando el desánimo quiera aparecer, recordemos sus palabras e imitemos a Pedro: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes.”

(P. JLSS)

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