(Is 26, 1-6 / Sal 117 / Mt 21, 24-27)

Durante el tiempo de adviento, sobre todo esta primer semana, se nos invitará a estar vigilantes a la llegada del Señor, conscientes de que «No todo el que le diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad del Padre, que está en los cielos» ¿existen situaciones en tu vida que no permitan que Dios actúe libremente en ella?

Tanto en la primera lectura, como en el salmo responsorial, se nos ha llegado de la necesidad de abrirnos y confiar totalmente en Dios, Isaías incluso dice: “confíen siempre en el Señor, porque el Señor es nuestra fortaleza para siempre; porque él doblegó a los que habitaban en la altura…” no se trata de dar pasos al vacío, sino de actuar movidos por lo que el Señor ya ha obrado en nosotros.

El Evangelio, es un mensaje maravilloso: Dios nos ama profundamente, al grado de enviar a su hijo y dejar claro que su amor por nosotros es hasta el extremo (Jn 13, 1), en la Cruz nos confirmó que no nos trata como merecen nuestros pecados (Cf. Sal 103, 10), y con su Ascención y en Pentecostés nos ha dado su fuerza para no atemorizarnos ante nada ni nadie. Adviento nos prepara para reconocernos la causa de tanto amor y creérnosla, eliminando toda idea de lejanía de Dios, pues él ha querido poner su mirada entre nosotros (cf. Jn 1, 14).

Padre fortalece en nosotros el deseo de recibirte en nuestros corazones, que no temamos a nada ni nadie, que el deseo de disfrutar más de tu amor y tu presencia nos lleve a vivir profundamente este tiempo de Adviento. Graba en nuestras mentes y corazón el texto de Isaías: “Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca.”

(P. JLSS)