DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sab 7, 7-11 / Sal 89 / Hb 4, 12-13 / Mc 10, 17-30)

El domingo pasado reflexionábamos acerca del amor, cómo éste más que un sentimiento es una decisión por el bien del otro; también hablábamos de cómo es la dinámica del amor que nos conduce a querer estar más tiempo con el otro; este día se nos invita a cuestionarnos que tanto deseamos dejarnos amar o si sólo buscamos cumplir con Dios.

Quien se sabe amado no busca cumplir, busca dar más siempre, ser cada vez más como el ser amado se merece. La persona que se acerca a Jesús en el Evangelio busca cumplirle a Dios (quién sabe si buscaría “demostrar” que lo hacía), por eso el «Señor Jesús lo mira con amor» y desde allí le dice lo que debe de dejar. Le quiere hacer pasar del mero cumplimiento a la correspondencia.

A este hombre, cómo quizá a muchos de nosotros, lo que le limitaba era tener su confianza puesta en el dinero, debemos cuidar que nuestra preocupación por el dinero no sea mayor que la confianza en Dios. En la primera lectura escuchamos “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza.” Quien se afana por el dinero de manera excesiva terminará por dejar a Dios de lado.

“La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón…” dejémosla que nos penetre y nos recuerde el amor que Dios nos tiene y su poder. Para no andar luchando como desesperados sino como personas que se saben amadas y protegidas. “Enséñanos a ver lo que es la vida, y seremos sensatos.”

(P. JLSS)

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