DOMINGO IV DE CUARESMA

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(Jos 5, 9. 10-12 / Sal 33 / 2 Cor 5, 17-21 / Lc 15, 1-3. 11-32)

El domingo pasado hablábamos sobre la necesidad qué hay de «descalzarse» si nos queremos acercar a Dios, estar atentos y reconocer que debemos estar dispuestos para cambiar. Hoy la palabra nos invita a ser responsables y volver a Dios, a dejar de culpar a cosas del pasado para seguir iguales y abrirnos a la novedad de la gracia.

¿Cuál fue la respuesta que dábamos en el Salmo? “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” ¿qué esperas? El reto es para mi, para ti, para cada uno de nosotros; dejemos los prejuicios de lado y dejémonos reconciliar con Dios. “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”. Soltemos el pasado, vivamos la libertad.

De los personajes del Evangelio seamos como ese hijo que aún reconociendo que ha malgastado lo que su padre le ha dado vuelve a él porque sabe que a su lado le irá mejor; dejemos que el «abrazo y los besos» del Padre destruyan los prejuicios que nos hayamos creado nosotros mismos pero, sobre todo, los que nos hayan creado los “hijos buenos” que en lugar de disfrutar del padre, piensan sólo en aquello que los malos hermanos no se merecen.

Hermano(a) “…en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres…” deja de cargar aquello de lo que ya se te ha liberado, déjate mover por la misericordia de Dios, acepta el amor de Dios, recibe su perdón y vuélvete a sentir hijo. No eres extranjero, ni arrimado, eres hijo. Jesús mismo lo dijo: «Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse» (Lc 15, 7). Ojalá que hoy haya fiesta en el cielo…

(P. JLSS)

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