(Miq 2, 1-5 / Sal 9 / Mt 12, 14-21)

Todos nosotros debemos ser conscientes de que “Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación.” Es decir, nuestro mayor interés lo debemos poner en quitar todo obstáculo entre nosotros y no tanto en describir lo que nos separa.

Escuchamos en el salmo una actitud que se da en quien permite que la soberbia nazca en su interior: “el malvado presume de su ambición y el avaro maldice al Señor. El malvado dice con insolencia que no hay Dios que le pida cuentas”; por otro lado, están quienes confían en Dios que sabe reconocer que existen situaciones que no dependen de Dios sino del hombre y su egoísmo.

En el Evangelio Jesús nos ha dado ejemplo de esto, cuando se entera que los fariseos están confabulando en su contra para acabar con él, simplemente se retira de ahí. No se entretiene en ello, sabe ceder. Muchas veces se avanza más cediendo que aferrándose a lo que no está en nuestro alcance.

Pidámosle a Dios que nos conceda vivir con la serenidad que proviene de la confianza, no desesperarnos pronto ni caer en la tentación de describir problemáticas sin hacer nada, Dios nos ha enseñado que el amor implica una búsqueda de reconciliación, cuestionémonos qué tanto servimos a la reconciliación y qué tanto nos dejamos reconciliar con Dios y los hermanos (cf. 2Cor 5, 20-21).

(P. JLSS)