MIÉRCOLES – SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Col 3, 1-11 / Sal 144 / Lc 6, 20-26)

Una de las mayores tentaciones en contra de la confianza en Dios con las que nos podemos encontrar los creyentes es la cuestión material, las carencias muy dificultades nos pueden hacer que nos cuestionemos muchas cosas, algunos hasta podrían cuestionarse dónde está Dios. A todos nos puede haber pasado en alguna ocasión algo semejante.

Hoy hemos escuchado en el Evangelio cómo Lucas nos resume las bienaventuranzas en cuatro: pobreza, hambre, llanto… sumando en la última aborrecimiento, rechazo, insultos y maldiciones. Trayendo a nuestra mente los pobres del Señor, los anawim, que a pesar de estar oprimidos, son piadosos y están abandonados en las manos de Dios, que por su actitud moral están a las puertas del Reino de los cielos. ¿De que le sirve al hombre ganar el mundo entero y pierde su alma? (cf. Mt 16, 26).

Pablo nos exhorta a todos nosotros a tener esta actitud en la vida, teniendo a Dios como nuestro mayor tesoro, “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra…” ¿pones la misma intensidad en acrecentar tu vida de gracia que tus bienes materiales? ¿Que te quita más el sueño?

Espíritu Santo transforma nuestras mentes para dar a todas las cosas su verdadero valor, que nuestra jerarquía de valores cambie de tal manera que lo más valioso en nosotros sea Dios, gozarnos en su amor y en la acción de su gracia en nuestras vidas. Para «no seguir engañándonos unos a otros; despojarnos del modo de actuar del viejo yo y revestirnos del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia Imagen.»

(P. JLSS)

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