JUEVES – SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ez 12, 1-12 / Sal 77 / Mt 18, 21-19, 1)

“Los israelitas provocaron al Dios altísimo y se rebelaron contra él, negándose a guardar sus preceptos. Desertaron y lo traicionaron, como sus padres, fallaron como un arco mal hecho.” Tras escuchar estas palabras del Salmo responsorial me preguntaba qué tanto se me podrían referir a mi las mismas ¿qué tan fiel soy a lo que digo creer?

Otra cosa que me hizo recordar este breve texto una palabra griega que se utiliza para referirse al pegado «ἁμαρτία» (Hamartía), su traducción tiene sus raíces en la idea de no dar en el blanco, cuando uno peca no va hacia dónde Dios le quiere llevar, cuando uno no se deja conducir hacia donde Dios le impulsa terminará pecando.

Al pueblo de Israel que continuaba en Jerusalén tras el exilio el profeta Ezequiel les anuncia el desastre más inconcebible para un israelita: la huida y captura de su rey, el ungido de Yahvé. Debemos tener puesta nuestra seguridad en Dios y aceptar su voluntad, los falsos triunfalismos por lo general se transforman en soberbia.

Por ello, debemos acudir al Señor con humildad y pedirle que quite de nosotros toda soberbia, que seamos agradecidos por su amor, por su gracia y teniendo presente el inmenso amor que nos tiene, convivir con nuestros hermanos. Él ha querido liberarnos de nuestros pecados, nos ha perdonado de todo, vivamos como personas que se saben amadas, que resuenen en nuestro interior las palabras del Señor: con la vara que midamos seremos medidos (cf. Mt 7, 2), “Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”

(P. JLSS)

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