(Is 41, 13-20 / Sal 144 / Mt 11, 11-15)

Hoy escuchamos en el Evangelio, algo que sucede justamente después de que Jesús explica que en Juan Bautista se cumple la profecía: «Esto dice el Señor: «He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.» (Mal 3, 1)

Si uno conoce las profecías, como seguramente lo hacían los destinatarios para los que fue escrito (judíos conversos al cristianismo), le basta con la frase que se anuncia en el Evangelio que es sólo la primera parte (Cf. Mt 11, 10), pero para nosotros la segunda parte nos ayuda para cuestionarnos ¿estamos preparándonos para su venida con la conciencia de que llegará de improviso?

Jesús exalta a Juan por ser su precursor, pero también dice algo maravilloso: “Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”. Todos los profetas le anunciaban en la lejanía, el Bautista lo anuncia ya presente, nosotros ya hemos sido redimidos por Él, somos testigos de su resurrección y poseemos las primicias de su gracia.

Por eso hoy, Padre Celestial, te queremos pedir que por la acción del Espíritu Santo nos hagas experimentar tu amor en lo más profundo de nuestro ser, ese amor que no depende de nuestras cualidades o de nuestras limitaciones sino únicamente de tu gracia y misericordia. Quien se sabe amado confía y no se desanima fácilmente, fortalece nuestra esperanza, para interpretar todo desde el amor.

(P. JLSS)