DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ez 17, 22-24 / Sal 91 / 2Cor 5, 6-10 / Mc 4, 26-34)

La semana pasada compartíamos, siguiendo la lectura de San Pablo, que quien permite al Espíritu Santo moverse libremente en su interior, se renueva día con día, por eso no puede tener un alma avejentada; hoy, se nos invita a fortalecer nuestra esperanza. A reflexionar más en lo que ella implica.

San Pablo tenía mucha claridad en lo que consistía su esperanza, sabía que su preocupación máxima debía ser, permitir a la gracia y a la palabra de Dios dar fruto en su interior. “Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida”.

¿Qué situaciones te están haciendo dudar del amor de Dios? ¿Que te está manteniendo desanimado? ¿Existe algo? Quizás en estos momentos podríamos estar pasando por un momento difícil, pero debemos creerle más a Dios, Él puede sacar mucho fruto en y de nosotros si se lo permitimos.

Dejemos de juzgarnos según nuestros criterios, confiemos más en Dios que en nuestros prejuicios, pongamos todas nuestras dificultades en sus manos y que el Espíritu Santo las transforme… cuando se venga el desanimo recordemos que el reino de los cielos “Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”, lo importante no es lo que creas y lo que pudieron sembrarte de ideas, sino lo que puede Dios hacer en ti si se lo permites. Dejémonos transformar por Dios.

(P. JLSS)

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